La fiesta rindió homenaje y puso en primer plano a la vida rural a través de réplicas de viviendas, comidas típicas, la cultura artística y una muestra de herramientas ideadas por chacareros para facilitar su labor. Con espíritu comunitario, 22 propuestas de ranchos, galpones y fogones ofrecieron pan de boniato, arroz con leche, natilla, pastas, tucos, guisos y ensopados, reivindicando la memoria a través de un plato.
Dos mediodías de sol en San Jacinto acompañaron a la tradición: frutillas perfectas, panes humeantes de horno de barro, asado con cuero y pastas frolas brillosas adornaron el paisaje de las jornadas. Entre casitas de barro y paja, niños y adultos curiosearon el pasado de abuelos queseros, lecheros y agricultores, mientras yuntas de bueyes se araban como antes (y ahora). Chacareras de pañuelo y delantal, chacareros de cuero, música, folclore y poesía dieron marco a un encuentro hecho de historia.
En los puestos, Canelones mostró la variedad de emprendimientos de quesos y vinos de bodega familiares, tejidos, herrería, hierbas medicinales, conservas y mermeladas. La chacra sigue siendo un engranaje clave del abastecimiento de alimentos para el país. Incluso con la expansión industrial y la modernización de los sistemas productivos, este modelo se mantiene como un eslabón vivo entre campo y ciudad.
La Fiesta de la Chacra celebra la persistencia de prácticas y saberes rurales que deben resistir a la migración juvenil y a formatos productivos de mayor escala. La figura del chacarero que ara con bueyes, cuida la plantación y sostiene la economía doméstica es un emblema de un patrimonio que combina trabajo, identidad y territorio.
Más que una costumbre, la chacra canaria es una forma de producir y de estar en comunidad. Su vigencia interpela a las políticas agroalimentarias y recuerda que, detrás de cada feria vecinal, hay familias que mantienen viva una tradición con impacto directo en la autonomía alimentaria.
Desde hace ocho años, el Centro de Educación Rural de San Jacinto alberga esta fiesta que convoca a familias de todo Canelones, del interior en general y de Montevideo, y se ha consolidado como un clásico al aire libre.
La propuesta recrea la vida en la chacra con ranchos de barro y paja, hornos de barro hechos en el lugar y comidas tradicionales. Los dos días hubo espectáculos artísticos, vestimentas típicas y la exposición de oficios. Además de artesanías y sabores locales —salchichones, alfajores de gofio, pasteles en plato, pan casero, conservas, frutas y verduras—, el evento busca visibilizar la producción del departamento. Canelones abastece prácticamente todos los alimentos del país (salvo el arroz), y ponerlo en valor es clave para sostener el sistema que asegura la alimentación de la población.
Entre parrillas, fogones y emprendedores, se encontraban grandes grupos de personas que son integrantes de diversas sociedades criollas o de fomento rural. Estas sociedades se desarrollaron en el gobierno de Lorenzo Batlle e intentaban llevar la política pública al interior del país. En función de eso se continuó y se animó la creación de las sociedades de fomento rural en cada estación de tren. No es casualidad que cada uno de los primeros presidentes de las sociedades fueran los jefes de las estaciones, ya que manejaban el transporte y se encargaban del telégrafo que facilitaba las comunicaciones.
Es por esto que, en la recorrida, La Mañana dialogó con dos participantes del evento que tienen roles activos en dos sociedades del departamento: Sociedad de Fomento Rural Picaso y Sociedad Criolla El Alero.
Políticas públicas para productores
Richard García es integrante de la Sociedad de Fomento Rural Picaso, integrada a la Comisión Nacional de Fomento Rural. Participa desde hace 15 años y aseguró que la mayoría de las sociedades como la Picaso se desarrolla a partir de la estación, en este caso, la de Piedras de Afilar.
Recordó que, en los primeros pasos de la independencia, Canelones fue un lugar donde se pretendió potenciar la producción agropecuaria agrícola para tener autonomía alimentaria. Es ahí que se repartieron las primeras tierras para generar las chacras y lograr el objetivo. “Para nosotros esa raíz es fundamental, pero también lo es para seguir teniendo viva la misma tradición. Canelones, Montevideo y Salto son quienes, desde el punto de vista granjero, tienen mayor incidencia para que Uruguay se tenga la comida en la mesa”, explicó García.
Por otro lado, aseguró que el problema de la granja es que apunta a un público exclusivamente interno y se dificulta proyectar el desarrollo de la producción porque no se realizan exportaciones fuera del país, “no es como la ganadería, la granja solo hace foco hacia adentro, que es donde puede comercializar, y por eso le damos importancia, para mantener la producción, estilo de vida y solventar la alimentación de todo el país”, enfatizó.
En el caso de Picaso, durante el evento ofrecía un menú que respetaba la tradición: lechones, asado con cuero, chorizos, tortas fritas, dulces, mermeladas, hongos al escabeche. “De esta manera, en parte, es como se procesa el excedente de mercadería que tenemos. Y tener la posibilidad de comercialización y darle mayor valor agregado es muy valioso para los integrantes de la sociedad”, expresó.
Actualmente, Picaso tiene un padrón social de 95 socios activos, pero tomaron como determinación incluir a todo el grupo familiar dentro del padrón social, por lo que son más que esa cifra. “Nos parece que debe haber una política de incorporación de las mujeres y jóvenes, tenemos un gran problema con el relevo generacional, y que se integren al funcionamiento es determinante para seguir adelante con la sociedad de fomento que sirve para que la política pública llegue a los productores nacionales”, dijo García.
Fomentar el conocimiento de las raíces
Elizabeth, por su parte, es integrante de la Sociedad Criolla El Alero, de San Bautista. El pasado 12 de octubre cumplieron 58 años, lo que la hace una de las sociedades más veteranas de la localidad. Al estar inmersa en un barrio, todos forman parte de ella, y cuenta con una comisión organizadora.
En general, El Alero lleva adelante actividades de señoras rurales que se reúnen todos los meses, hacen gimnasia, tienen reuniones con médicos y psicólogos, también realizan las fiestas gauchas tradicionales, como la que se hace todos los aniversarios. “Se trata de un desfile, se lleva una ofrenda al prócer a la plaza, participan unos 400 gauchos a caballo, se ofrecen comidas y jineteadas”, relató la entrevistada a La Mañana.
Este fue el tercer año que participaron de la Fiesta de la Chacra, un evento visto como una posibilidad económica para que la población los encuentre, que sepan que existen, compartir y también que se refleje cómo se vivía antes.
“Mis abuelos vivieron así. Para mí la chacra es algo hermoso, pero lo que más me gusta es que participe gente joven de esta fiesta y sepan de dónde venimos, porque me parece que se está perdiendo, no saben tanto de la historia u origen de sus propios padres, por ejemplo. Para mí esto es un museo vivo y no hay mejor cosa para un museo que poder vivirlo, sentirlo y verlo”, expuso Elizabeth.
Enfatizó en que es necesario fomentar en los jóvenes el conocimiento de las raíces, que tengan una pertenencia, “hoy hay pocos que se acercan a nosotros, solo lo hacen por intermedio de los padres”, dijo.
El Alero ofreció a los visitantes tiras de asado, chorizos caseros, dulce de zapallo y natilla casera. Todo por elaboración de los integrantes de la sociedad criolla.





















































